En ocasiones, en el devenir del día a día y en la cotidianidad de mis labores, siento la imperiosa necesidad de detener la marcha, hacer una pausa y dar una mirada a lo que ha sido mi vida hasta hoy, para convencerme, una vez más, que he llegado hasta aquí y soy quien soy en este momento como resultado de todas mis vivencias, mis experiencias, mis aciertos y “desaciertos”, los hábitos, habilidades y aprendizajes adquiridos a lo largo de mi vida. Todo aquello que forma parte de mi historia personal, todas estas experiencias, quizás algunas más gratas que otras, han contribuido a formar mi carácter y han forjado la persona en la cual me he convertido. Esto es, sin duda alguna, un acto de profunda reconciliación que me acerca un poco más a mí mismo.
Con frecuencia caemos en la tentación de “culpar” a nuestro pasado por nuestra situación presente. Lo cierto es que independientemente de que nuestras vivencias hayan sacado a relucir el máximo de nuestro potencial o hayan sido contraproducentes en nuestra vida, constituyen gran parte de aquello con lo que contamos para iniciar un camino hacia el cumplimiento de nuestros sueños. Lo que ocurrió, ocurrió. Todo lo vivido ha sido perfecto, propio y oportuno para nuestro crecimiento, y si lo hemos vivido, es porque de una u otra manera podíamos con ello y algo teníamos que aprender.
No obstante, aun más importante que estas experiencias es la manera cómo las interpretamos o cómo las internalizamos, cómo las vivimos, ya que lo que nos sucede no es lo que más nos afecta, sino la interpretación que hacemos de eso que nos sucede y lo que hacemos con eso que nos sucede, y ello influye en nuestras expectativas y las acciones que tomemos.
Lo que has logrado hasta el momento es la mayor fuente de información con la que cuentas, pues la misma fuerza, habilidades y cualidades que utilizaste para conseguirlo todavía están disponibles para que las utilices.
Es importante entonces determinar exactamente dónde nos encontramos ahora, con qué contamos y sobre todo, qué necesitamos aprender para llegar a donde queremos llegar. Cuando examinas tu propia vida, descubres más sentido del que es posible utilizar para ayudarte a obtener en mayor medida las cosas que quieres en tu vida.
Cuando encuentras logros que celebrar alimentas tu espíritu y te motivas a ti mismo. Y no se trata de que inventes algo sino que reflexiones sobre lo que has conseguido, sobre los grandes sucesos de tu vida.
La mayoría de nosotros usualmente estamos mucho más pendientes de nuestros fracasos y con frecuencia nos entrampamos con el pensamiento de que nuestra vida fue mucho peor de lo que realmente fue.
En contadas ocasiones nos paramos a pensar sobre lo que hemos conseguido en la vida, sino que por el contrario, nuestra conciencia se ve atrapada por los “fracasos”, nos sentimos culpables por las cosas que no logramos y en consecuencia nuestra autoestima disminuye. Es como si un imán invisible nos atrayera hacia los “malos” desenlaces y los fracasos. A menos que nos detengamos a pensar en lo que realmente ocurrió, damos por sentado que existen mayores motivos para la decepción que para la celebración.
Y esto no es casual, pues vivimos en un mundo habitado por personas que hacen lo mismo, una cultura centrada en las malas noticias llegando muy fácil a la suposición inconciente de que hay más cosas “negativas” que positivas.
Desplazar tu atención hacia lo que has conseguido en la vida despierta tu actitud de ¡Puedo hacerlo! y te conecta de nuevo con tu capacidad de hacer que las cosas sucedan.
¿Y dónde empezó todo? ¿Cómo aprendimos a ser un tanto más críticos que positivos?. Quizá lo aprendimos en nuestra infancia. Nuestros padres, maestros y/o tutores, con toda la mejor intención y el mayor amor del mundo, se pasaron la mayor parte del tiempo diciéndonos lo que no debíamos hacer en lugar de educarnos en lo que sí podíull ’amos hacer, desarrollando mucho más el hábito de corregir, probablemente por ser los hijos de unos padres que hicieron lo mismo, que de reconocer.
No fue mediante un plan cuidadosamente concebido para enseñarnos a flagelarnos mental y emocionalmente, para azotarnos por lo que no hemos hecho, por los errores que hemos cometido, por nuestro “fracaso” al no alcanzar un nivel más alto de actuación y de conducta. Nadie dispuso que se crease una población tan crítica consigo misma que llegase a sentirse incapaz de establecer cambios importantes en su vida. Sin embargo, el impacto causado ha sido tan efectivo como si todo hubiese sido calculado desde el principio.
Necesitamos pues hacer algo para dejar de proceder con esta visión desequilibrada de nosotros mismos que nos arrebata nuestro espíritu y nuestra confianza. Es importante que dediquemos un tiempo a apreciar lo que hemos conseguido y cuáull ‡n lejos hemos llegado, pues ello renovará nuestra autoestima y nos sentiremos más seguros y confiados en nosotros mismos.
Hasta la próxima!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario