Leyendo sobre improvisación teatral, un mundo que me apasiona
desde hace años, encuentro algunas distinciones que me resultan
particulamente interesantes en nuestro liderazgo y en las relaciones que
mantenemos.
Una primera distinción es sobre singularidad versus originalidad.
Cada vez que intentamos ser originales mostramos la evidencia de
que hemos perdido la confianza en nuestra singularidad. Nos escondemos en el
ser originales evitando mostrar quienes somos en realidad.
El querer ser original me lleva a menudo a buscar en otros, a
compararme, para encontrar lo que es distinto, y encarnar aquello que
percibo que puede ser diferente. De alguna manera es más seguro buscar la
originalidad partiendo de lo uniforme, dado que es un lugar más conocido.
Y a anulamos la vez que busco mi diferenciación desde lo que es
distinto, me alejo de mi autenticidad, de mi liderazgo auténtico.
Cuanto más intentamos ser originales, más nuestra natural
singularidad. Somos singulares por naturaleza. Al intentar ser novedoso,
original, nos volvemos repetitivos y paradójicamente acabamos adoptando el
mismo aspecto que los que pretenden ser originales.
Por otra parte, la singularidad conlleva poner en valor lo que
somos en esencia. Nuestra singularidad no es algo decidido, es ya parte de
nosotros, y por tanto se nos escapa de nuestra sensación de control, lo que
puede ser aterrador. Y es precisamente en esa singularidad donde reside nuestra
autenticidad. Cuando permanecemos fieles a nuestra singularidad estamos
decidiendo decir si a nuestra persona.
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