VII – Qué
vamos a cambiar
Queremos ser más felices, y para
ello, debemos tener el valor para pasar a la acción, ¿quieres? Para que podamos
conseguir un mayor grado de felicidad es necesario satisfacer nuestra Carta al Niño Jesús y para
ello piensa en qué podrías hacer para cumplir los factores que listaste, y
responde con sinceridad qué pequeñas (o grandes) acciones crees que deberías
realizar.
Entendemos por cambios aquellas acciones con las que nos
comprometemos y que nos hace encaminarnos hacia encontrarnos mejor. Al igual
que los factores, son personales y serás el responsables de trabajarlos día a
día para conseguir ser más feliz. Para apoyarte en estos cambios, trabajaremos algunas herramientas que te
ayudarán para que alcances todos tus objetivos.
Gestor de cambios
Los componentes principales, que se
deben incluir para que gestiones todo cambio de forma efectiva, son los siguientes:
·
Descripción: una frase que detalle el cambio y que deberá resultar lo más concreta,
objetiva y medible.
·
Objetivo: la meta deseada. Posteriormente trabajarás otra
herramienta, el Gestor de Metas, que servirá
para definirla mejor.
·
Escenarios u opciones: normalmente son varias
las posibilidades que existen, así que indica las distintas maneras o caminos
para conseguir el objetivo. Será necesario que comprendas para cada opción
todos los obstáculos y ayudas que puedan aparecer. Más adelante, también
trabajarás la herramienta Generador de Perspectivas, que
te servirá para analizar en detalle las distintas acciones o tareas a incluir
en cada escenario.
· Fecha: momento en el que te comprometes a tener el cambio finalizado o concluido.
· Premio: de forma opcional es posible incluir una
recompensa que se materializará al conseguir el cambio.
·
Recordatorios: aquellas cosas con las que tendrás
presente el objetivo y las distintas tareas marcadas. Por ejemplo, una hoja de
papel autoadhesiva o un recordatorio en el teléfono móvil o agenda.
Nada mejor para entender
esta herramienta que un ejemplo que he trabajado en algunas ocasiones.
Supongamos que una persona quiere subir de un seis a un siete su quesito de la salud, y se compromete a mejorar su
forma física bajando de 80 a 75 kilos (objetivo concreto y medible), para en
cinco meses (fecha determinada) tener el estado físico deseado. Para ello se
plantea las siguientes opciones:
·
Asistir
a un gimnasio cercano a casa al menos dos veces por semana.
·
Acudir
a un dietista o coach de
alimentación, e intentar mejorar la alimentación, quizás utilizando algún
método novedoso como la alimentación intuitiva, en donde aprendamos a
interpretar las señales del cuerpo.
·
Rebajar
la última comida del día, cenando algo ligero.
Se pesará cada semana, y lo apuntará
en un post-it (recordatorio). Cuando consiga su
objetivo, se regalará un buen libro (premio).
En este caso, podrán ser varias las
opciones a seleccionar, pero habitualmente serán exclusivas y será necesario
meditar el costo de oportunidad. Para el ejemplo anterior, supón que se
selecciona la primera opción, y ahora se enumera el conjunto de acciones que
lleven al éxito. Estas serían algunas de las alternativas posibles:
·
Sin
contemplar ningún tipo de excusa, salir el martes pronto de la oficina para ir
al gimnasio.
·
Reservarme
la mañana del domingo para ir a primera hora, y luego disfrutar un poco de la
sauna.
·
Hacer
un seguimiento del peso cada semana, y comprobar que disminuye de forma
progresiva.
Utilizará la agenda personal para
apuntar las fechas en las que asistirá al gimnasio (otro recordatorio).
Gestor de metas
Establecer los objetivos
correctamente es crítico para alcanzarlos o no. Es importante que tengas en
cuenta las cualidades de una buena meta. Si una meta no es realista, no existe
ninguna esperanza, pero si no es desafiante, no hay motivación. La palabra
inglesa SMART (inteligente)
es un buen truco mnemotécnico para recordar las características esenciales de
todo objetivo: específicos (Specific), medibles (Measurable), alcanzables (Achievable),realistas (Realistic) y
limitados en el tiempo (Time phased). Para
comprender mejor nuestro cambio, puedes hacerte las siguientes preguntas:
· Específicos: ¿sé al detalle lo que deseo lograr? Nada de
ambigüedades. Los objetivos serán adecuados y claros si otra persona igualmente
competente puede alcanzar el mismo objetivo.
·
Medibles: ¿soy capaz de evaluar mi progreso? Recuerda que
no podrás conseguir lo que no puedas medir. Debes ser capaz de medir el
cumplimiento de tu objetivo, ya sea con un potente ordenador o con un gráfico
lleno de chinchetas colgado en la pared.
·
Alcanzables: ¿puedo conseguir el objetivo en mi actual
situación? Es recomendable que sea todo un reto, pero tienes que poder
conseguirlo con los medios que tienes a tu alcance.
·
Realistas: ¿es el objetivo relevante frente a mi propósito
en la vida? No hay que despegar nunca los pies del suelo. Sin duda hay muchas
cosas que se pueden hacer, pero es más importante saber si se deben hacer.
· Limitados en el tiempo: ¿qué plazo tengo para
completar esta meta? Hay que elaborar una línea del tiempo donde vayan marcadas
las etapas para llegar al objetivo. Más adelante, el Visualizador de la línea del tiempo te ayudará en
esta tarea.
Las metas deben ser enunciadas de un
modo positivo, ya que, de otra forma, centras la atención en lo negativo. Por
ejemplo, en vez de decir: «no debo suspender el examen», es más efectivo que
afirmes: «quiero aprobar el examen». Es esencial tener en cuenta que sueles
conseguir aquello en lo que te concentras. Por ejemplo, si enfocas tu atención
en el miedo al fracaso, eso mismo es lo que conseguirás. Hay que centrarse en lo que quieres y no en lo que no quieres. Una forma muy efectiva de cambiar el foco de atención es variando el tipo de
preguntas que habitualmente te haces. Para establecer metas expresadas en
positivo, pregúntate, ¿qué es lo que quiero?, ¿qué quiero en lugar de lo que
tengo? o ¿qué preferiría tener?
Los objetivos tangibles como por
ejemplo, «quiero un nuevo trabajo» o «deseo un coche nuevo», etc., son fáciles
de especificar. Sin embargo, cuando los objetivos son abstractos o intangibles,
como por ejemplo, «quiero mejorar mis relaciones», o «quiero ganar más dinero»,
no resultan tan evidentes. Por tanto, asegúrate de que tu objetivo sea lo más
específico posible. Por ejemplo, si tu meta consiste en tener más confianza en
ti mismo, significa que puedes hablar en público durante diez minutos sin que
te entren sudores fríos y pases la noche anterior sin poder dormir de los
nervios. Utiliza preguntas como: ¿qué es exactamente lo que quiero? ¿Puedo
describirlo con mayor precisión? ¿Qué veré, oiré y sentiré exactamente cuándo
lo alcance? ¿Cuánto tiempo necesito para alcanzarlo? ¿Cuándo quiero alcanzarlo?
Asimismo, es importante definir de
antemano algunos indicadores de seguimiento, es decir cómo medir el progreso en
la consecución de tus objetivos. Así que decide: ¿cómo voy a medir mi progreso
hacia mi objetivo? ¿Con cuánta frecuencia lo mediré? ¿Cuándo y cómo sabré que
lo he alcanzado?
Si no consigues el objetivo a tiempo,
es posible que te sientas desbordado por la desesperación, y pienses que te
propones cosas imposibles. Retoma la paciencia y evalúa lo que no estás
haciendo bien para poder generar nuevas opciones, o simplemente piensa si
necesitas más tiempo del previsto.
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